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América Latina no es una mentira

Por Erika Rosete

Lo mejor de América Latina es la valentía que se gestó hace siglos, en su gente, cuando los otros decidieron quiénes querían que nosotros fuéramos. Nos impusieron su mundo, su idioma, su religión, su forma de ver y de mirar. Nos regalaron certezas que con el tiempo fueron adquiriendo raíces fuertes como las de los árboles centenarios, y nos abandonaron a la suerte de nuestro libre albedrío. Es la madre pariendo hijos que abandona a la otra orilla del océano. Un infranqueable océano de agua helada que mira de frente al Caribe y da la espalda al mundo que se supone es el “desarrollado”. Es fácil ser de todo en Europa. No te enojes conmigo, querida madre patria, por expresar mi deseo de filicidio después de volver a ti tras varios siglos de tu abandono definitivo.

De nuevo en tu regazo me siento huérfana otra vez. Soy como una creatura salvaje que se ha acostumbrado demasiado a comportarse como los lobos, a mirar el cielo buscando respuestas, a caminar descalza y aprender del miedo que dan las grandes selvas de concreto inacabables. Imagino que te abrazo fuerte con mis brazos de niña del subdesarrollo, pero no puedo, simplemente porque no lo deseo. El verbo “querer” tiene una profundidad que prefiero más que el imperativo del verbo “poder”, tú lo sabes bien.

Crecer en América Latina nos hizo enemigas a ti y a mí y yo no quiero ninguna reconciliación. Me quedo con mis palabras inventadas cuyo significado y pronunciación mezclé en alguna parte de mi estancia aquí, cuando lejos de las comodidades del nuevo mundo aprendí a interpretarme el universo que me rodeaba. Me quedo con esa forma huraña y a veces trágica de vivir, de sentir, esa suerte de resignación ante la tragedia, pero también esas ganas siempre de cambiar las cosas.

Mi Ciudad de México, mi Santiago de Chile, mi Montevideo, mi Buenos Aires querido, mi Lima, mi cordillera, mi miedo, mis prejuicios, mi pobreza, mi hambre, mi cariño incondicional, mi comida en la calle…y tantas otras cosas que me duelen, otras que me maravillan, y todas, que me hacen mejor persona. Pero, sobre todo, mis ganas de ser quien soy desde que me construí sola aún después de tu partida y de ese privilegio permanente que me prometes cada que me vuelves a encontrar.