La flor de la muerte
Xóchitl y Huitzilin ascendían a la montaña sagrada cada tarde para dejar una ofrenda a Tonatiuh, el Dios del Sol.
Él contemplaba complacido la ofrenda y el amor que la joven pareja se profesaba. Ante el sol refulgente juraron amarse más allá de la muerte, por todos los tiempos, hasta la eternidad.
Huitzilin se convirtió en guerrero y una negra tarde murió en batalla. Tal como creían los antiguos mexicanos, al morir, un guerrero acompañaba al sol al atardecer.
Camino al ocaso, el Padre Sol escuchó el llanto de Xóchitl quien le imploraba le permitiera estar junto a su gran amor. Conmovido, bañó a la joven con su luz, convirtiéndola en una flor de múltiples pétalos que evocara al astro rey.
Al guerrero, como estaba permitido para quienes morían en batalla, le concedió volver en forma de colibrí a lado de su amada, quien lo guiaría gracias a su intenso color.
Aquella flor se multiplicó y pronto cubrió todo el valle de Malinalco. Cuando los aztecas pasaron por aquel vergel y conocieron la extraordinaria historia en torno a esa flor, comenzaron a usarla en sus fiestas en honor a la muerte, tradición que ha trascendido hasta nuestros tiempos.
Por tal motivo, las almas de nuestros seres queridos, son guiadas al reencuentro con los vivos cada mes de noviembre, por un camino de esta flor a la que conocemos como Cempasúchil, que en náhuatl significa 20 flores.
Por Marco Antonio Mendoza Bustamante
Twitter: @mebuma1