Los Condes de Tulancingo.
Imaginemos que es posible viajar en el tiempo. Retrocedamos 400 años y emprendamos un recorrido por las Calles de Tulancingo. Nos encontramos sobre lo que hoy es la calle 21 de marzo, entre Hidalgo y Primero de Mayo. En aquella época eran las calles del Eco, Acuario e Iturbide.
Tulancingo era conocido como el “Retiro de Antiguos Conquistadores”. La belleza del valle, sus calles empedradas y sus casas palaciegas hacían del lugar un verdadero vergel en el que muchas de las familias más encumbradas del virreinato establecieron su domicilio o cuando menos alguna casa de descanso.
Donde hoy se ubica el mercado Municipal, podríamos divisar un bello jardín conocido, que en el siglo XVII fue llamado “La Plazuela del Conde”. A un costado se levantaba un imponente palacio mandado a construir por Diego Suárez de Peredo en el siglo XVI.
Ahí nació en 1600 su hija, Graciana Suárez de Peredo y Acuña quien se casó con Luis Vivero y Luna Tricio de Mendoza, convirtiéndose así en la Segunda Condesa del Valle de Orizaba. La Condesa murió muy joven, a los 31 años de edad, sin embargo en esa misma casa nacerían, vivirían y morirían, durante siglos, varios de sus descendientes.
Dentro de los bienes que los Condes heredaron, por línea materna se encontraba la que es hoy día uno de los monumentos más emblemáticos de la Ciudad de México. Se trata de la Casa de los Azulejos que se alza portentosa sobre la calle Francisco I. Madero, en pleno corazón de la Ciudad.
El edificio, que en su época fue conocido como “La casa azul”, fue adquirido por Diego Suárez de Peredo en 1596. La propiedad pasó de mano en mano por cada descendiente de esa dinastía, hasta que en 1737 la Quinta Condesa del Valle de Orizaba, también llamada Graciana y nacida en Tulancingo, lo mandó reconstruir.
Sobre el revestimiento de talavera poblana se dice que fue la propia Condesa quien mandó realizarlo, ya que por varios años vivió en la ciudad de Puebla donde era muy usual este material. Hay otros estudiosos de la genealogía de esta familia que aseguran que fue su hijo, a quien al ser gustoso de la fiesta y el alcohol, sus padres auguraron que “jamás haría casa de azulejo” y para mofarse de ellos hizo agregar a la casa ese toque que le distingue hasta nuestros días.
Esta familia estuvo ligada a Tulancingo durante varios siglos. En diversos textos se encuentra testimonio de ello. Por ejemplo, Madame Calderón de la Barca en su libro “La vida en México durante una residencia de dos años en ese país”, relata que durante su estancia en Tulancingo en 1840, visitó la casa de la Condesa del Valle, quien se encontraba en cama muy enferma con fiebre, y hacía uso de toda clase de remedios herbolarios de los que las culturas prehispánicas eran doctas y que habían sobrevivido hasta ese tiempo. Seguramente se refiere a Doña Manuela Moreno, esposa del Octavo Conde de Orizaba. De ese matrimonio no hubo descendencia y su muerte marcó el comienzo de la decadencia de esta casa Condal.
Con la consumación de la independencia, los nobles mexicanos perdieron sus títulos. No fueron la excepción los Condes del valle de Orizaba quienes habían recibido ese título en 1627 de manos de Felipe IV.
Alrededor de 1870 sus descendientes comenzaron a vender diversas propiedades, entre ellas “La Casa de los azulejos” de la Ciudad de México. Para 1870 fue trasladado el tianguis que se realizaba en el primer cuadro de Tulancingo, justo en el lugar donde hoy se encuentra el monumento a Juárez, a la Plazuela del Conde, donde fue conocido como “Mercado de la fruta”. Ese fue el comienzo del final del que era, uno de los monumentos históricos más bellos del lugar.
Imagine usted la belleza de Tulancingo en esos siglos, que hizo que los Condes del Valle de Orizaba prefirieran vivir en su casa de Tulancingo, antes que en “La Casa de los Azulejos”, en la palaciega Ciudad de México.
Por Marco Antonio Mendoza Bustamante
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