La historia detrás de la construcción de la Estación Terrena de Tulancingo.
Por Marco Antonio Mendoza Bustamante
Para que México pudiera ponerse al día en cuanto a la tecnología de telecomunicaciones, se volvió miembro del consorcio INTELSAT en 1967, iniciándose así en las comunicaciones espaciales.
Tras haber ingresado a la red satelital, se decide construir la estación de comunicaciones vía satélite de Tulancingo, en el estado de Hidalgo. La primera estación terrena en México, llamada Tulancingo I.
Para que esto se pudiera llevar acabo, fueron intensos los trabajos por parte de ingenieros, arquitectos, peones, albañiles, que pusieron todo su empeño para lograr concluir la obra.
Al designarse Tulancingo como la sede de la primera estación rastreadora satelital, la ciudad se convirtió en tema habitual de los diarios de la región, del estado y los nacionales, quienes en sus encabezados nombraban a Tulancingo como la ciudad de los satélites.
Tulancingo fue seleccionado por tener 15 condiciones que sólo comparte con Perú en toda Latinoamérica, y que la hacen idónea para un centro de comunicaciones espaciales, ya que se ubica entre una cadena montañosa que la protege de interferencia de microondas, clima seco que evita salitre en los equipos, suelo firme no afectado por terremotos, punto intermedio entre el Golfo y el Pacífico lo que permite tener comunicación con ambos, la cercanía al Distrito Federal, tan solo 90 km, aire limpio, entre otras más.
Lo anterior, permitió elegir un terreno alto, que jamás se inundaría, en la comunidad de Paxtepec, en el municipio de Santiago Tulantepec, que se encuentra en el extenso Valle de Tulancingo.
Las primeras visitas para señalar la viabilidad para que la estación se estableciera en el lugar, estuvieron a cargo del Ing. Jorge Suárez Díaz, Director General de Telecomunicaciones, el Ing. Pedro Pablo Rivera, Director General de adquisiciones, y el Arquitecto José II Garduño, de la asesoría técnica de la SCT.
Se proyectaba la construcción en un terreno de 50 hectáreas, con un costo de 80 millones de pesos, de ese entonces, y constaría de una antena parabólica de 32 metros, equivalente a un edificio de 12 pisos, colocada en un pedestal de 1500 toneladas, con un reflector de un peso de 500 toneladas.