Domingo Méndez, el dueño de medio Tulancingo en el siglo XVIII
Por Marco Antonio Mendoza Bustamante
Durante la época colonial, el valle de Tulancingo se convirtió en parte de una extensa jurisdicción o alcaldía mayor, convirtiéndose en el centro político, económico, administrativo y religioso más importante del actual territorio del estado de Hidalgo.
Además de Tulancingo, en el siglo XVIII, existieron 8 pueblos de gran importancia en el valle, que concentraron la mayor parte de colonizadores en la región; como lo eran, Nativitas, Cuautepec, Santiago, Acatlán, Jaltepec, Hueytlalpan, Metepec y Asunción.
Mientras el valle vivía su época más prospera en cuanto a la producción de materia prima, y el cultivo de semillas, tanto para consumo local como para el envío a otras poblaciones como Pachuca y Real del Monte; gracias al gran flujo de españoles, a la ciudad llegó Domingo Méndez de Castro.
Domingo Méndez de Castro era un español de Galicia, que llegó a Tulancingo para administrar las actividades comerciales de alguno de sus parientes, lo que le permitió codearse con los españoles más adinerados de la época, como la familia Romero-Fonseca, quienes se distinguían por controlar fincas de campo y propiedades urbanas del valle de Tulancingo.
Méndez de Castro se casó con Leonor, la cuarta hija de José Romero; para esa fecha Domingo Méndez solo contaba con 400 pesos, mismos que vería multiplicados gracias a la dote con el que su esposa llegó al matrimonio, el cual sumaba 4000 pesos y demás bienes.
Para 1716, Domingo ya contaba con una hacienda y un rancho, pero gracias a la confianza y amistad que formó con su suegro, en el testamento de éste último, Domingo figuró como uno de los albaceas de la gran fortuna de José Romero, junto a sus cuñados, José y Francisco.
Hábil para los negocios de grandes sumas, Domingo nunca descuidó la venta y el negocio a pequeña escala, siendo prestamista y comerciante con varios ranchos del valle, un ejemplo de ello fue cuando le prestó 2000 pesos a su cuñado José para invertirlos en la hacienda y Molino de Totoapa, al no poder pagar la suma de dinero, las propiedades pasaron a manos de Domingo.
Posteriormente Domingo y su esposa Leonor se hicieron de la hacienda de Tezoquipa y el rancho de Almoloya, gracias a los préstamos que hicieron a Petronila, quien era ciega, necesitaba dinero y era hermana de Leonor.
Para 1730, Domino alternaba su residencia entre la del centro de Tulancingo, y alguna de sus haciendas, como la de Totoapa, la cual en un principio estaba valuada en 10 mil pesos, años después ya había triplicado su valor.
En esta misma etapa, Domingo Méndez compró las haciendas de los Ahuehuetes y la de Zaquala, debido a su importancia productiva, lo que hacía acrecentar el poder económico de Domingo, mismo que lo llevó a ser el alguacil mayor de Tulancingo, puesto que heredó a sus hijos.
Su fortuna la hizo acrecentar aún más casando a sus hijas con destacados personajes de la sociedad local, llegando a tener influencia en ciudades como Pachuca, Real del Monte, Apan, Tlaxcala, Huauchinango, Tamiagua, Pánuco y Tampico.
Domingo Méndez de Castro murió en 1738, dejando una fortuna cercana a los 100 mil pesos, sumados a diversas haciendas y ranchos, varias casas, destacando la lujosa casa mayor en la plaza principal de Tulancingo, misma que junto a su mobiliario estaba valuada en 3803 pesos, además de una tienda en el mismo lugar.
Al morir, Domingo dejó una limosna de 300 pesos para que fuera velado y enterrado en el interior del convento de San Juan Bautista en Tulancingo, donde descasaría eternamente, aquel que fuera dueño de medio Tulancingo, se iba solo con lo que llevaba puesto.