El Guajolote: De Tulancingo para el mundo.
[sg_popup id=»6″ event=»onload»][/sg_popup]En este diciembre, se cumplen aproximadamente 116 años de la creación del guajolote, uno de los más singulares platillos de nuestra región. Sustituyendo de manera humilde al pavo en estas festividades, es un elemento clásico ya de nuestra gastronomía regional. No falta quien ubica su origen en Santiago Tulantepec, o en Cuautepec, pero finalmente la historia oral y algunos documentos administrativos de principios del siglo XX lo ponen por el momento como oriundo de Tulancingo.
Hay muchas versiones sobre el origen del Guajolote, la más documentada es la que habla de unos ingenieros que vinieron a instalar la electricidad a nuestra ciudad. Era diciembre y ellos estaban lejos de sus casas, se acercaron a un puesto de los portales, cerca de donde hoy es la “fayuca”. La dueña ya no tenía casi nada que darles, así que les ofreció hacerles algo diferente con lo poco que tenía, como deferencia por ser fin de año. A manera de broma dijeron que era su Pavo o su guajolote. Una jovencita que trabajaba en el portal pondría años después, el primer expendio de guajolotes formal en Tulancingo, allá en la vieja calle de los Angelitos.
Ubicando el contexto histórico de la narración: La electricidad se introdujo a Tulancingo en el año de 1900, con el alumbrado público de La Floresta, con ese dato podríamos decir que el Guajolote nació hace casi 116 años, aunque comenzó a conocerse hasta hace unas 6 décadas. El guajolote no tenía cabida en los libros de gastronomía, nació humilde, su grandeza se fue demostrando poco a poco con el paso de los años, como todo lo que tiene su comienzo en el pueblo. Costó muchos años, para que se comiera fuera de las colonias populares o ingresara a la carta de los restaurantes de la región.
Actualmente el único dilema que tenemos los Tulanciguenses es en qué lugar vamos a cenar guajolotes y cuál es el relleno que vamos a pedir, los clásicos son de huevo o de pollo, los hay también sofisticados como de arrachera o suadero. Los hay verdes, rojos, de mole, con diferente sazón en cada puerta. Lo consumimos por igual desde La Guadalupe hasta Jardines del Sur, desde Napateco hasta Medías Tierras, y como dice Gerardo Izurieta, los tulancinguenses comemos uno o dos por semana. El que no ha comido uno no es tulancinguense. El guajolote es un animal nocturno, sabe mejor de noche.
En Agosto del 2010 se estableció el record Guinness y el premio Ripley, con el “guajolote más grande del mundo”. El guajolote de 30.5 metros de largo, pesó 660 kg. y se utilizaron para su preparación más de 4,000 enchiladas. Desde hace un año, además, se realiza el festival del guajolote en el centro de nuestra ciudad. Este año tendremos la oportunidad de narrar algunos cuentos alrededor de este platillo.
Era algo que la sociedad tulancinguense venía buscando desde hace tiempo: el reconocimiento a una parte de nuestra gastronomía tradicional y por lo tanto de nuestra identidad. Es uno de los alimentos que más extrañamos cuándo estamos fuera del Valle de Tulancingo, quizá sea por eso que lo hemos exportado a otras ciudades, dentro y fuera de México, como es el caso de Pachuca, Puebla y Los Ángeles, California.
Prepararlo además, no es difícil, de manera general se prepara así: es una telera con frijoles frita, adentro lleva dos enchiladas de comal y en medio el relleno que usted elija. Aunque cada quien lo prepara a su manera. Donde hay un tulancinguense seguramente ahí habrá guajolotes. Provecho y felices fiestas ya sea con pavo o con guajolote.
Lorenia Lira