La historia tras la pista de los Gigantes
Por Marco A. Mendoza Bustamante
Desde el principio del registro histórico de México, se ha considerado la existencia de los gigantes, y de cómo poblaron el territorio de Mesoamérica, convirtiéndolos en los primeros habitantes.
Como lo explica el Lic. D. Mariano Veytia en su libro Historia Antigua de Méjico de 1836:
“Luego si fueron los toltecas los primeros y ulmecas los segundos, y estos hallaron algunos gigantes, estos sin duda eran de los tultecas… a todo lo dicho se convence que aunque es constante que fueron los gigantes los primeros habitadores del país de Anáhuac, su origen y descendencia era la misma que la de las demás naciones que se hallaron en este continente…”.
Alexander von Humboldt se embarcó hacía las colonias españolas en 1799, donde recorrió casi diez mil kilómetros en tres grandes etapas, la primera de Caracas al Orinoco, de Bogotá a Quito y la tercera y última, en las colonias españolas en México, donde fue intrigado por un tema, la complexión física, fuerza y edad de los indígenas, a quien los describía de la siguiente forma:
“Los indígenas de la Nueva España, al menos los que están bajo la dominación europea, llegan por lo común a una edad bastante avanzada… la uniformidad de su alimento compuesto casi exclusivamente de vegetales, como el maíz y las gramíneas cereales, llevaría sin duda a una grande ancianidad… Los indígenas de color bronceado gozan de un beneficio físico, que proviene sin duda de la grande sencillez de vida observada de miles de años a esta parte por sus antepasados”.
De todos los detalles que vio en cada indígena, de quienes admiraba su salud, ya que era muy raro verlos enfermos, captó su atención el caso de un indígena de gran estatura, Martín Salmerón y Ojeda, apodado el “Gigante”, originario del rancho de Aculco en Chilapa, en el actual territorio de Guerrero, y que, en palabras del propio Humboldt, medía 2.224 metros o lo que es igual a 6 pies y 10 pulgadas.
A pesar de las evidencias sobre la muy probable existencia de gigantes en el nuevo continente, Humboldt creyó que las osamentas de huesos gigantes encontradas en muchos lugares de la Cuenca de México y el Valle de Tulancingo eran de “Elefantes”.
Dentro de estos descubrimientos de huesos gigantes se destacan los realizados en 1828, en la prefectura de Tulancingo, donde fue remitido un muslo que tenía vara y una tercia de largo, al Museo que estaba por formarse en Tlalpam, y que fue halado en la hacienda de Alcantarilla en los llanos de Apan, y de donde se sacaron varios huesos más, en 1827, ya se habían encontrado huesos similares en Texcoco.
Lo anterior está documentado por Veytia en su Historia Antigua de Méjico, pero no hace referencia del descubridor de dichos huesos, y únicamente asegura, que dichos restos oseos se encuentran en el Museo de Toluca.
Es importante decir que una vara vulgar (castellana o mexicana), era equivalente a .836 metros, por lo que dicho hueso de muslo debió medir, no menos de un metro y 10 centímetros.
Para Clavijero, era una realidad la existencia de los gigantes debido a los constantes hallazgos de huesos enormes, para Humboldt no eran más que restos de mega fauna y Veytia se lo dejaba a la historia antigua de Mesoamérica, que en ese entonces era exigua la información.
Lo verdadero es que, ya se tratase de humanos enormes o de animales antiguos de grandes dimensiones, en cualquiera de los dos casos no dejan de ser “Gigantes”.