El Seminario de Tulancingo durante la Revolución Mexicana.
Por Marco Antonio Mendoza Bustamante
La Diócesis de Tulancingo, llamada Tulancingesis en latín, fue erigida por bula In Universia Gregis de Pío IX, el 26 de enero de 1863 y ejecutada por el canónigo Cecilio Ramírez el 22 de mayo de 1864.
Su primer obispo fue Juan Bautista Ormaechea y Ernáiz, desde entonces ha habido 13 obispos, el sexto de ellos, con una peculiar historia durante la revolución mexicana.
El Obispo José Mora y del Río había sido removido el 15 de septiembre hacía la diócesis de León, por órdenes del papa Pío X; a la diócesis de Tulancingo llegó Juan de J. Herrera y Piña.
José Juan de Jesús Herrera y Piña nació en Valle de Bravo, en el actual Estado de México, el 26 de diciembre de 1865; fue ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1888 y fijado obispo de la ciudad de Tulancingo el 23 de septiembre de 1907.
En Tulancingo reorganizó la curia, fundó los primeros colegios para niños y para niñas de la ciudad. Tanto en Tulancingo y en Pachuca abrió y sostuvo las escuelas parroquiales.
En 1910 se había iniciado la revolución, durante el inicio de la revuelta, la iglesia católica no fue atacada abiertamente, pero al avanzar el tiempo, las hostilidades aparecieron en diversos puntos del territorio mexicano.
La situación se agravó cuando la iglesia apoyó, bajo amenazas, a Victoriano Huerta, lo que hizo enojar a Carranza y a los constitucionalistas, de esta manera, Carranza reactivó la ley juarista que castigaba con la pena de muerte a los trastornadores del orden público.
Bajo esa ley se incluyó a todos los colaboradores de Huerta; ante el ultimátum, huyeron del país intelectuales, políticos, hacendados, comerciantes, arzobispos, actores y militares; todos buscaban evitar los efectos de dicha ley.
El episcopado mexicano, que estaba conformado por ocho arzobispos y veintidós obispos, salió del país por una fuerte confrontación que tuvieron con Carranza, quien les había reclamado el hecho de que le hubieran concedido un préstamo de 50 mil pesos a Huerta.
Varios obispos exiliados, se refugiaron en San Antonio Texas, Estados Unidos, esperando a que la relación con la Iglesia cambiara. De igual forma muchos sacerdotes se mantuvieron escondidos en sus poblados y veían cómo habían sido abandonados los seminarios en su totalidad.
Ante esta situación, el Obispo de Tulancingo, José Juan de Jesús Herrera y Piña propuso la instauración de un seminario en territorio estadounidense, con la ayuda de la iglesia norteamericana y Monseñor Francis Kelley, Obispo de San Antonio.
De esta manera se fundó el Seminario Mexicano de San Felipe Neri en Castroville, en una casa que fue prestada por las Religiosas de la Divina Providencia; fundado el 26 de enero de 1915, y del cual fue rector el mismo Herrera y Piña, gracias a su experiencia como Rector del Seminario Conciliar de México.
Dicho seminario albergó hasta 1100 seminaristas procedentes de 13 diócesis mexicanas, lo cual significó una labor difícil, ya que estaban en un país distinto, y eran muchas bocas que alimentar.
Los gastos y mantenimiento de aquella institución, los cubrió Monseñor Kelly, ayudado por sus colegas norteamericanos y algunos apoyos enviados por familiares de los seminaristas mexicanos.
Al iniciar la primera Guerra Mundial, el ejército americano pretendió ingresar a sus filas a seminaristas mexicanos, por lo que Herrera y Piña se vio obligado a cerrar el seminario el 13 de junio de 1918 y regresar a territorio mexicano.
A su vuelta, los líderes católicos publicaron una carta pastoral fechada el 23 de noviembre de 1919; estaba firmada por ocho arzobispos, dieciocho obispos y dos vicarios, misma en la que mostraban su postura respecto de algunos artículos de la Constitución de 1917, pero dicha carta pasó inadvertida por las autoridades.
José Juan de Jesús Herrera y Piña fue removido de Tulancingo, y fue fijado arzobispo de Monterrey el 7 de marzo de 1921, y falleció el 16 de junio de 1927 en dicha ciudad.